yudar a Lula es ayudar al pueblo. Vamos a resistir con él", dice Nagela Royani, una joven del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) de 25 años, tendida en un colchón frente a la sede sindical.
Donde está Lula solo pueden entrar dirigentes políticos, sus abogados, algunos representantes de movimientos sociales, familiares o aquellos que logren convencer a los vigilantes después de hacer una larga cola y, con suerte, quizás llevarse una 'selfie' de regalo.
La prensa, recibida con reservas en este 'bunker' donde casi todos culpan parcialmente de esta situación "injusta" a los medios conservadores brasileños, se tiene que contentar con tomas de Lula en sus saludos esporádicos a través de la ventana.
Lula, de 72 años, se dirigió a la multitud que clamaba "¡No te entregues! ¡No te entregues!", al final de una misa frente al Sindicato de Metalúrgicos en Sao Bernardo do Campo, en las afueras de Sao Paulo, donde permanece atrincherado desde hace dos días.
"Voy a cumplir la orden de cárcel (...) y cada uno de ustedes se transformará en un Lula", afirmó el exmandatario de izquierda (2003-2010), desencadenando un clamor unánime de "¡Soy Lula! ¡Soy Lula!"
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Prepararse para la vigilia
Militantes de izquierda, del Movimiento de trabajadores rurales Sin Tierra (MST) o estudiantes llegados de todas partes de Brasil entran y salen sin restricciones de este edificio de cristal, casi sin muebles y completamente empapelado de carteles que dicen "No a la prisión de Lula".
Tendido en el suelo del 'hall' y usando su mochila como almohada, Flavio Bento, un estudiante de historia de 25 años, trata de reponerse del viaje de más de siete horas que hizo de madrugada desde Rio de Janeiro en un autobús de la Unión de Juventudes Socialistas.
En su mochila, solo lleva unas camisetas, un jersey y banderas que usará como colchón. Otros trajeron reservas de 'leche de magnesio' para protegerse de eventuales bombas lacrimógenas, en caso que llegara la policía.
"Siempre hay que estar preparados. Vivimos en un estado de excepción en el que la Constitución fue rasgada. Y nosotros siempre decimos: no tenemos miedo de morir, la revolución debe seguir", asegura este joven, el primero en su familia en acceder a la universidad, gracias a las becas que Lula creó.
Indignadas, pero más tranquilas estaban -escaleras arriba- las mujeres del grupo de Clara Piñol, una jubilada de 64 años que discutía la situación de Lula en unas mesas de plástico de la tercera planta, de las cuatro que tiene el sindicato, comunicadas todas con un gran patio interior.
"Este rincón aquí ya es como si fuera mío. Muchos jóvenes duermen en el escenario de madera, pero si yo lo hago ya no me levanto. Así que, simplemente, no duermo pero quiero estar aquí", explica Piñol, que se turnó la vigilia del jueves con otros compañeros del Partido de los Trabajadores (PT).
Pese a la preocupación por una eventual incursión policial para detener a Lula, una roda de samba en vivo empieza a sonar en el escenario, y resuena incluso en el restaurante repleto de la última planta.
Ulises de Castro, un operario de una fábrica de automóviles, de 50 años, baila animadamente con dos compañeros en la pista.
"Es una manera del sindicato de llevar alegría al pueblo. Aquí hay gente que lleva muchas horas sin descansar, sin comer, sin asearse... estamos muy preocupados y momentos como este nos ayudan a estar más unidos", aseguró.
Cuando se entregue a la policía, Lula será trasladado a Curitiba (sur), donde le espera una celda de 15 metros cuadrados.
"Creo en la Justicia. Pero en una Justicia justa", dijo el ex presidente frente a la multitud, afirmando que el juez Sergio Moro carecía de cualquier prueba fehaciente para condenarlo como beneficiario de un apartamento entregado por la constructora OAS para beneficiarse de contratos en Petrobras.
"Moro mintió al decir que esa apartamento era mío", reiteró.
La detención de Lula es un nuevo capítulo de la crisis política brasileña, marcada en 2016 por la destitución de Rousseff -sustituida por Temer, a quien acusa de "traidor"- y por una ola de acusaciones de la Operación Lava Jato, liderada por Moro, que destapó una gigantesca red de sobornos enquistada en el aparato estatal.
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