Bianca Vaquero: Hola a todos, soy bianca vaquero y esto es pulso digital. Hoy traemos tres historias que parecen un
menú degustación del mundo tecnológico, claro, un aperitivo de ciberseguridad surrealista. Os traigo
un plato principal de ciencia ficción energética y un postre filosófico sobre el futuro de la
inteligencia artificial. Todo esto junto forma un retrato bastante claro de hacia dónde vamos, hacia
dónde nos lleva la tecnología y de los tropiezos también que cometemos por el camino. Así que poneos
cómodos, que vamos a recorrer desde las entrañas de un museo hasta la órbita baja de la Tierra. Y
empezamos por el museo. Empezamos por el Louvre, perdón mi pronunciación en francés. El museo que yo
creo que todos conocéis, que alberga algunas de las obras más importantes de la historia de la
humanidad y que ha sido noticia porque ha habido un robo para. Para el que no lo sepa, de unas joyas
y todo es bastante. Todo lo que lo rodea es bastante de película. Bueno, pues toda esa grandeza
también convive con una historia tecnológica de verdad digna de un sketch humorístico. Una
investigación sobre este robo que os he comentado de estas joyas dentro del museo ha destapado un
fallo, pero vergonzoso. Varios sistemas críticos estaban protegidos con contraseñas absurdamente
simples y esto nos ha dejado a todos, la verdad, sin palabras. La peor de todas esas contraseñas no
es un, dos, tres, cuatro, cinco y seis, que seguro que algunos la tenéis. Es Louvre, tal cual. Es
que es Louvre a sí mismo. Louvre en mayúsculas. Madre mía. Como si alguien hubiese dicho ¿Que usamos
de contraseña? Pues mira, pone el nombre del sitio mismo, una especie de nivel cero de la
creatividad y de la seguridad. Y no estamos hablando de un wifi de invitados, un wifi de invitados.
Es que estamos hablando de sistemas internos vinculados a la seguridad, o sea, es que menuda locura.
Pero la cosa sigue. La auditoría, repito, todo esto se ha destapado por el tema del robo de las
joyas. Pues eso. La auditoría también encontró servidores funcionando con, ojo, Windows Server de
2003. Madre mía. Y otros sistemas que dejaron de recibir actualizaciones hace más de una década. Es
que ya no estamos hablando de hace, por ejemplo, Windows 10, no, que ya no va. Es que estamos
hablando del Windows Server 2003. Madre del amor en tecnología. Eso es como tener un coche que no
tiene frenos y seguir circulando porque bueno, pues como no ha pasado nada nunca, pues voy a seguir
circulando, ¿No? Y lo que nos preguntamos todos es ¿Por qué ocurre esto en instituciones tan
potentes como es un museo en el que hay muchísimo dinero ahí dentro? Bueno, pues la tecnología es
como una casa. La compras bonita y nueva, pero si no haces mantenimiento, pues se deteriora. Y
cuando hablamos de ciberseguridad, ese deterioro significa pues agujeros, brechas, grietas por donde
cualquiera puede entrar. En el caso del Louvre ya lo hemos visto, ¿No? Y no es una excepción. Bueno,
pues hay hospitales, ayuntamientos y empresas gigantes que siguen usando sistemas obsoletos
simplemente porque si funciona, pues no lo toques con esa premisa. El problema es que en
ciberseguridad lo que funciona hoy puede ser un coladero mañana. Y esta noticia que nos sirva como
un recordatorio universal. Las contraseñas deben ser complejas. Por favor, nada de un, dos, tres,
cuatro, cinco, seis. Ni vuestra fecha de nacimiento. Gracias. Los sistemas deben actualizarse. Esto
es que os lo digo siempre. Siempre os lo digo. Y los accesos críticos, como en este caso, deben
protegerse de una manera un poco más segura. Y imaginemos si un museo con obras que valen millones
cae en esto, imagínala de sitios más pequeños que están igual o peor. Y pasamos a algo mucho más
futurista. Para entender esta historia que os voy a contar ahora, hay que recordar algo que solemos
olvidar. Y es que la nube no es una nube. Son naves industriales llenas de servidores consumiendo
muchísima energía y agua, como si tuviera un mañana de locura. ¿Y la inteligencia artificial? ¿Que
ha pasado? ¿Que ha disparado ese consumo? Modelos enormes, búsquedas existentes, generadores. Bueno,
pues todo eso requiere una potencia descomunal. De esto ya hemos hablado alguna vez en el programa.
Y las estimaciones dicen que si seguimos así, este consumo energético a nivel global de estos
centros podría duplicarse para el 2030. Y actualmente consume una barbaridad. Aquí entra Google con
un plan que han llamado Project Suncatcher, que parece el título provisional de una serie de
Netflix, pero no lo es. La idea es crear centros de datos en satélites orbitando la Tierra
alimentado casi exclusivamente con energía solar. La lógica es bastante simple. En el espacio no
hace falta refrigerar servidores con agua, ni construir edificios enormes, ni gestionar el impacto
ambiental. Además hay un acceso a la luz solar constante y limpia que aquí en la Tierra no tenemos.
Pero claro, esto abre muchísimas dudas. La latencia, por ejemplo, ¿Responderá igual de rápido un
servidor en órbita? La latencia es lo que tarda en enviarte a ti los datos o en enviar tus datos a
ese servidor. Es decir, que a lo mejor tú estás subiendo algo en la nube y a lo mejor la latencia es
mucha y tarda muchísimo, vale, o descargarte cualquier cosa, streamear una película de Netflix, por
ejemplo. Si tienes mucha latencia, pues se va a ralentizar porque hay latencia, ¿De acuerdo? El
mantenimiento. ¿Quién sube a arreglar eso cuando se estropea? ¿Un astronauta o quién? Vale, entonces
ese es otro problema. Otra cosa que yo creo que se nos olvida es la basura espacial. Ya estamos
llenando la Tierra de basura. Pues igual que no hace falta empezar a llenar la órbita también de
basura, que también tiene bastante seguridad. También otro punto. ¿Qué pasa si un centro de datos
flotante recibe un ciberataque, por ejemplo? ¿Quién tiene esa jurisdicción? ¿No? Entonces es algo
extraño. Y luego, por supuesto, está la parte filosófica ya no tan práctica, en el de si estamos
llevando la infraestructura digital a un lugar que no pertenece a ningún país, esto nos obliga a
replantear leyes, privacidad y propiedad de datos. Esta propuesta de Google no es algo tan loco. La
Agencia Espacial Europea, por ejemplo, trabaja en ideas bastante parecidas y hace años ya se planteó
usar satélites para almacenar datos fríos, lo que casi no se usan. Estos datos que no se usan. Pero
lo de mover los centros de datos principales al espacio, bueno, pues ya es un nivel ciencia ficción
avanzada. Esto ya es capítulo de Black Mirror, pero avanzado. Eso sí, esta historia tiene ese
subtexto importante. La inteligencia artificial no es gratis. Cada pregunta que hacéis, cada imagen
que generamos, cada recomendación consume energía real en el mundo real. Y ese consumo está tensando
ya los límites ecológicos del planeta. Sin si ya no estaban tensos por eso, pues ahora se buscan
estas ideas tan radicales, incluso orbitales. Y cerramos hoy con una voz que merece toda nuestra
atención. Es la voz de Audrey Tan, ministra digital de Taiwán, hacker brillante, por si no sabíais,
y quizá una de las pocas figuras políticas a nivel global que realmente entiende cómo funciona la
tecnología por dentro. En una entrevista reciente soltó una frase que ha hecho mucho ruido. La frase
es, y leo textualmente, la inteligencia artificial es un parásito que se alimenta de nosotros y nos
está dividiendo. Lo dice porque las IA actuales se entrenan y funcionan gracias a los datos que
nosotros generamos. Y en el caso de las redes sociales o los sistemas de recomendación, se alimentan
de nuestra atención. Cuanto más polarizados estemos, más contenido consumimos, más datos generamos y
más beneficio producen esas plataformas. Un círculo perfecto para ellas. Y la verdad es que bastante
tóxico para el usuario. Tan señala que este modelo no sólo polariza, sino que crea dependencia. Y
esto está comprobado. La IA se convierte en algo que vive de nosotros sin devolver lo suficiente.
Pero lo más interesante es que ella no demoniza la tecnología. Lo que propone es un modelo distinto.
Por ejemplo, una IA abierta, transparente, auditable. Una IA diseñada para cooperar, no para
dividir. Una IA gestionada por un bien público. De hecho, Taiwán es uno de los países que usa
plataformas digitales abiertas para tomar decisiones políticas en las que participan miles de
ciudadanos. Y funciona. La tecnología puede unirse. Se diseña con ese fin. Por supuesto, su mensaje
encaja con las otras dos historias del día. Si descuidas la seguridad, como por ejemplo en el
Louvre, la tecnología te va a pasar factura. Si construyes sistemas gigantes sin pensar en el
impacto, como esta nube energética, acabas en soluciones extremas. Si dejas que las plataformas se
alimenten de tus emociones, lógicamente creas división. Tan nos recuerda que la tecnología debe
servirnos, no al revés. Y bueno, estas tres noticias nos muestran algo muy simple pero muy difícil
de aceptar. La tecnología es humana. Tiene nuestras virtudes, nuestros errores y nuestros impulsos.
Por eso encontramos contraseñas absurdas en uno de los museos más importantes del planeta. Por eso
estamos planteando también llevar centros de datos al espacio para sostener el ritmo frenético de la
inteligencia artificial. Y por eso voces como Audritank nos avisan de que si no pensamos en cómo
usamos esta tecnología, puede acabar usándonos a nosotros. Lo digital no es magia. Es
responsabilidad. Es diseño, ética, mantenimiento y a veces es imaginación pura.
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