PUNTOS DESTACADOS:
- Aunque para muchos en América Latina la Navidad es sinónimo de fiesta y reuniones familiares, no todos celebran esta fecha.
- La anulación de los festejos navideños ha sido una medida que han tomado algunos gobiernos bajo el argumento de construir Estados laicos y sin privilegios religiosos.
- La Iglesia católica y muchos ciudadanos de los países donde no se festeja la Navidad señalan que estas medidas han provocado la pérdida de una tradición espiritual y cultural.
Para la mayoría de los latinoamericanos las celebraciones de Navidad comienzan semanas antes del 25 de diciembre con decoraciones, compra de regalos, villancicos, posadas, novenas y reuniones familiares. Pero hay países en la región en donde la Navidad no se vive de la misma manera debido a que ha sido resignificada, limitada o incluso prohibida en ciertos momentos de su historia.
Uruguay, por ejemplo, decidió hace más de un siglo que la Navidad no sería parte de su calendario oficial. En 1919, el país sustituyó el 25 de diciembre por el “Día de la Familia”, en coherencia con la Constitución de 1917 que consolidó la separación entre Iglesia y Estado.
Desde entonces, diciembre en Montevideo y otras ciudades se vive con luces comerciales y reuniones familiares, pero sin pesebres ni procesiones religiosas.
El clima veraniego refuerza esta diferencia. Las playas y balnearios del litoral uruguayo se convierten en el escenario principal de la convivencia. Para muchos uruguayos, esta transformación refleja la identidad laica del país y garantiza la neutralidad institucional; para otros, diluye una tradición compartida con el resto de América Latina y deja un vacío cultural en las calles.
El caso de Cuba ofrece otra perspectiva. En 1969, bajo el gobierno comunista de Fidel Castro, la Navidad fue eliminada del calendario oficial para priorizar la zafra azucarera y reducir la influencia religiosa en la vida pública. Durante casi tres décadas, el 25 de diciembre dejó de ser feriado, aunque las familias mantuvieron celebraciones privadas.
En 1997, tras la visita del Papa Juan Pablo II, el gobierno restituyó la Navidad como día festivo, aunque aún hoy se percibe con menor intensidad que en otros países de la región.
Defensores del socialismo argumentaron que la medida respondía a la construcción de un Estado sin privilegios religiosos, mientras que la Iglesia católica y muchos ciudadanos denunciaron la pérdida de una tradición espiritual y cultural.
Desde La Habana, las voces de cubanos recuerdan cómo la crisis económica actual también condiciona la forma de celebrar.
En Nicaragua la Navidad se ha convertido en un terreno de disputa entre el gobierno de Daniel Ortega y la Iglesia católica. Desde 2023, las autoridades prohibieron las tradicionales Posadas y los pesebres vivientes, obligando a que las celebraciones se limiten a los templos.
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Estas restricciones, acompañadas por expulsiones de sacerdotes y vigilancia sobre las actividades religiosas, han generado un ambiente de miedo y discreción.
Las familias nicaragüenses continúan reuniéndose en privado, manteniendo la gastronomía y los villancicos, pero sin la visibilidad pública que caracterizaba las fiestas.
Uruguay, Cuba y Nicaragua revelan que la Navidad puede convertirse en un campo de disputa ideológica. Allí donde el Estado decide, la tradición se redefine como un encuentro familiar, como silencio impuesto o como resistencia íntima.









